Olvido las doctrinas enseñadas en la escuela humana, no
importa cual sea la cultura, de donde provenga, de todos lados recibí clases de
sumisión y orden, una idea de orden asquerosa, contra natura. Indios, hindis,
caucásicos, anglosajones, chinos, japoneses, árabes, judíos y todas sus mezclas
y todos los que no nombro por cansancio. Todas las culturas son muerte
prematura y sumisión. El único consuelo que me queda al hecho de ser un ser
vivo con conciencia, es el renunciamiento. El renunciamiento a mi humanidad.
Por desgracia, mi renuncia no puede ser una renuncia física, es algo metafórico
pero llevado al terreno de la práctica. Esa es al menos la idea, en este
momento.
Me identifico con los animales, con todos, hasta con los
carnívoros, aunque yo no consuma carne y mi preferencia real en el mundo de los
“salvaje” sean los herbívoros.
Pero vivo con perros y gatos, y no son precisamente
herbívoros. De hecho la mayoría de las personas por las que siento amor son
consumidoras de carne, y eso no hace que las quiera menos ni nada por el
estilo.
Soy, o quiero ser en realidad, un misántropo. Y no elijo al
perro como símbolo porque el perro en su naturaleza domesticada ha perdido, mal
generalizando a su especie, su innata desconfianza a una especie a grandes
rasgos debería parecerles peligrosa. El gato, aún domesticado, en su esencia
mantiene la desconfianza como rasgo distintivo, y a la vez, la curiosidad, como
una marca casi suicida. Por eso elegí al gato como símbolo, y porque elegí la
misantropía como una forma filosófica, es una idea que supongo ya dejé
traslucir por todo flanco posible en algún texto. Mi poca simpatía a grandes
rasgos por la especie a la que pertenezco, la única que puede expresarse a
través de símbolos, como estoy haciendo en este momento y para la posteridad,
al menos mientras la era digital se mantenga viva.
Tengo una vida social bastante activa, conozco mucha gente,
y también, creo, la mayoría, o al menos los mas cercanos, también mantienen
como estado propio una apatía crónica a la masa, por mas snob que suene. A mi
no me gusta la gente que me cruzo en el transporte público o en un mercado.
Esos que viven pegados a programas de televisión que claramente provocan
deficiencias mentales de distinto tenor según el caso en cuestión.
No me caen bien mis tíos por ejemplo, los que quedan vivos,
ni los vecinos, ni los amigos de los vecinos, ni los que pertenecen a tal o
cual partido político. En definitiva, sin entrar demasiado en detalle, voy a
decir que para mí la política solo responde a distintas luchas de egos o
egoísmos, llevadas de lo individual a lo colectivo. Y el ego es la materia a
destruir, por eso quiero ser un gato, o un león, o un agua viva. Quienes me
conocen notaran que me repito en mis argumentos, pero es mi forma natural de
mantener una postura.
Creo que al menos considerándome antisocial ya me mantengo
saludable en ambas porciones, la física y la mental. No comer animales no hace
que mi conciencia esté tranquila tampoco, porque la mayoría lo hace, y ni
siquiera considera el sufrimiento y la tortura que conocen como vida los seres
destinados a llenar platos de “comida”, tanto en casas de familia, como en
restoranes o casas de personas con niveles intelectuales que pueden ser de mi
simpatía. Ahí reside mi tristeza, y en el abandono de animales domesticados
maltratados ya de por si por vivir en la calle. Me parece horrible el humano en
su totalidad porque, al poder fácilmente remediar estas cuestiones, prefiere
hacer vista gorda y abandonarse a las comodidades de un horrible sillón de cuero
y un inútil televisor de cincuenta mil pulgadas. Esa es la humanidad a la que
pertenezco y de la que soy testigo, con la cual peleo, con la que me enojo.
Hasta cuando me enojo con mi mismo, probablemente sea porque esté siendo un
reflejo del todo.
Me voy por las ramas y olvido que el eje de este relato es
mi deseo ferviente e imposible de ser un gato, uno que no se deje domesticar y
mantenga distancia con la mano humana, incluso la caritativa, que de una u otra
forma siempre sostiene un cuchillo, si no es para atacar, es por las dudas, y
el por las dudas siempre es generado por el miedo, y eso lo convierte en algo
mas peligroso que el puro deseo de ataque, porque ese es fácilmente reconocible
y evitable, mientras que el otro no, es algo súbito, y en los tiempos que
corren, ningún humano corriente, o sea cualquiera, se salva de algún grado de
locura peligrosa, siempre mas contra terceros que contra sí mismos, y volviendo
a mi idea de ser un gato, evitar a los humanos sería evitar a un ser que se
cree jerárquicamente superior sólo por poseer la capacidad de acabar con el
mundo en un segundo con solo unas decisiones de por medio, porque a la larga,
todos los que están en el juego, pertenecen a la estirpe de los que pueden
apretar el botón. Es así de simple, desde mi perspectiva quizás algo confusa.
Pero es lo que es, y no tengo otra manera de expresarlo. Siendo gato sería más
fácil para mi alejarme del ser humano, pero a la vez estaría mas expuesto a su
violencia. Ahora mi deseo imposible suma a su dificultad de ser el pensamiento sobre su conveniencia. Y es un
tema puramente relacionado a la supervivencia. Así que no sabría que hacer en
caso de poder optar realmente en seguir siendo un ser humano o ser un gato.
Estos juegos mentales autoprovocados son mi cura en contra de las enfermedades
mentales convencionales en este siglo que vivimos. Probablemente esté
desarrollando nuevas patologías, pero no deja de ser mas sano que ser un
oficinista alienado preocupado por si su equipo de fútbol puede salir campeón o
descender de categoría. Es preferible un infarto por una ingesta desmedida de
drogas que uno provocado por una insignificante representación moderna de un
circo romano.
Pan y circo, benzodiazepinas. Hasta la modernidad a privado
de opio al hombre común, lo que probablemente, en las épocas en las que podía
entregarse a su perdición mas fácilmente que ahora, en la calle uno se
encontrase gente mas interesante que la de a menudo. Ya dudo de la claridad de
mi sintaxis.